22.1.13

Prólogo

Publicado por Sofi en 5:12

Siempre me pregunté que sucede con los recuerdos cuando dejamos de pensarlos. La memoria es, a veces, una vela que se consume lentamente hasta que un día se apaga y nos sumerge en la más eterna de las oscuridades. 
Por temor a perderlos, desde muy pequeña he anotado cada uno de ellos en distintos libros, diarios y trozos de papel que hallaba. Incluso cada uno de los sueños que proyectaba por las noches han sido plasmados en una libreta. 
Mi afán por conservar cada uno de ellos me llevó a correr los riesgos más extremos. Jamás he sido lo suficientemente valiente como para dejarlos ir. Siento un vacío fantasmal cada vez que olvido un acontecimiento, una palabra, un olor. Los días suelen perder el sentido muy a menudo, pero si tenés algún buen recuerdo para celebrar en la intimidad, todo cambia de color. O al menos eso fue lo que pensé la mayor parte de mi vida. 
Tuve muchas ausencias a lo largo del camino. Pérdidas inexplicables. Nunca entendí porque la gente simplemente, de un día para el otro, deja de querer. Un día se levantan, y así como si nada, se van. Desaparecen y deciden que la mejor solución es olvidar, decir adiós y volver a empezar. 
Lo cierto es que mi visión cambió el día en que él decidió partir. Aún hoy me niego a dejarlo ir de mis recuerdos. Su aroma me despierta todas las mañanas cuando sale el sol. En lo más profundo de mi mente todavía puedo oír el eco de su sonrisa. A veces me pregunto si de verdad existió o fue sólo un simple invento para sentirme mejor.




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